El cuidado de la piel, como una forma de autocuidado

Por: Angélica Viña-Albarracín

Sin proponérmelo, en los primeros meses de la pandemia el cuidado de la piel se volvió una rutina de autocuidado, una forma de mostrarme amor y compasión. De tomar una pausa, mirarme al espejo, reencontrarme con mi cuerpo, y por diez minutos del día, simplemente estar ahí; presente, en un espacio único para mí, centrada en mi respiración y en mi cuerpo.

Era contrario a lo que había vivido de niña. Crecí bajo la creencia de que las personas buenas y queridas por los demás, no se ponen en primer lugar, porque es egoísta. Entonces, al igual que muchas personas, cuando escuché por primera vez sobre el autocuidado, pensé: "aargh!". Parecía algo superfluo e innecesario. Creo que esa es una de las grandes contradicciones de nuestra sociedad. Por un lado, somos una sociedad obsesionada con la apariencia física y llena de estereotipos de belleza tóxicos, pero a la vez una sociedad que condena el cuidado personal como algo superfluo y egoísta.

Creo que esta contradicción proviene de aplicar un enfoque materialista al autocuidado, de creer que se trata de retiro de yoga, de ir al spa con tus amigas, o una tarde de compras. Este no es el tipo de autocuidado al que nos referimos en Tulipa. Un baño de espuma, dormir más, ir al gimnasio, tomarse un tiempo para reunirse con un amigo, todas estas son excelentes ideas de autocuidado, y vitales para tu bienestar físico y mental. Sin embargo, ninguno de ellos te va a satisfacer por completo, ni a eliminar el estrés, o a aliviar nuestra tristeza. Es como tomarse un analgésico cuando tienes un resfriado; el alivio es momentáneo, la incomodidad volverá a aparecer.

Cuidar: Un acto de compasión y amor propio

De lo que hablamos entonces es del autocuidado como una práctica de amor propio. Como escribe Reb Anderson en Being Upright, "Todo sufrimiento es digno de compasión". Eso significa que nuestra propia angustia, ansiedad, dolor, o tristeza también es digno de nuestra propia compasión. El autocuidado puede ser tomarte unas vacaciones o darte un regalo (todo es válido). Sin embargo, el autocuidado por el que abogamos en Tulipa es una práctica viva y constante, que permite que emerja nuestra capacidad innata de cuidar, y que esta a su vez madure y se expanda a los demás.

Es muy simple. El amor empieza por casa. Por tu cuerpo, por tu propio ser. Entonces, cuando pensamos en "autocuidado" como simplemente "cuidar" y lo volvemos una práctica diaria, este deja de ser un acto egoísta o remedio momentáneo. Nos empezamos a mover hacia una visión amplia de “cuidar’, una que es por definición beneficiosa para todos, y qué empieza por nosotros mismos.

Curiosamente, la palabra tibetana para práctica es gom, que significa "familiarizarse". Para la tradición budista tibetana la práctica del autocuidado consiste en familiarizarse con nuestra esencia “cuidadora”, y a su vez, familiarizarse con lo que se siente al aplicar esa esencia o "ternura" a nosotros mismos. Es aquí donde para mi toma importancia el cuidado de la piel.

Es fácil olvidarlo, pero tu piel es el órgano más grande de tu cuerpo. Es el que recubre, protege, y da forma a tus demás órganos. Es la primera barrera y fuente de conexión con el mundo que te rodea. Te permite tocar y sentir. Por su parte, tu rostro es el contenedor de tus ojos, de tus labios, y de tu sonrisa; vitales para interactuar y cuidar de los demás. ¿Por qué no incluir tu piel y tu rostro en tu práctica de autocuidado?

Cuando hago esta reflexión pienso en mi baja autoestima cuando era adolescente. Me veía en el espejo y me veía llena de defectos; veía mi rostro lleno de acné y cicatrices, no se me sentía lo suficiente buena, lo suficientemente delgada, lo suficientemente especial. Ahora que me acerco a mis treinta y estoy en un lugar muy diferente de mi vida, mi corazón se rompe cuando pienso a esa niña. Es ella la que me motiva a ser más amable conmigo misma; a tener más compasión conmigo y, por extensión, con los demás.
Esta es una de las motivaciones para cuidar mi piel. Es una forma de recordarme que lo valgo, que merezco ese cuidado. Me veo al espejo. Respiro profundamente y me digo: “voy a cultivar mi capacidad innata de cuidar, en mi propio beneficio y en el de los demás ".

En lugar de enfocarme en los defectos, me enfoco en mis virtudes, en lo que me gusta de mí, y en los cambios que noto con el paso del tiempo. Disfruto el proceso; disfruto ese momento íntimamente presente y mío. Disfruto la sensación de calma y plenitud al lavar mi rostro y limpiar la suciedad e impurezas acumuladas a lo largo del día. Es divertido, es relajante, y me ayuda reducir mi estrés. Más importante, me ha permitido familiarizarme conmigo misma, con mi cuerpo, y con mi capacidad de cuidar de mi.

En la mañana o en la noche, durante tu rutina de cuidado de la piel, cierras tus ojos, y tomate un momento para sentir tu respiración natural. Concéntrate por unos segundos en la sensación de tus manos sobre tu cuerpo o la tensión de tu mandíbula. Trata observar los pensamientos que vienen a tu mente. Cualquier cosa que notes está bien y es relevante. Deja tus pensamientos ir y venir naturalmente. Esta es otra forma de familiarizarse contigo mismo. Antes de terminar, pon tus manos en tu pecho y di una frase que te motivé o inspiré amor propio (por ejemplo, “yo soy luz y amor”.). Después de notar lo que surge en tu mente, respira profundamente y, mientras exhalas, lentamente deja ir la frase.

Namaste.